sábado, 9 de agosto de 2008

Trabajo Afectivo

por Michael Hardt


Centrar la atención en la producción de afectos en nuestras relaciones profesionales y sociales ha servido a menudo de útil campo de cultivo para proyectos anticapitalistas, dentro del contexto de discursos sobre el deseo o el uso-valor, por ejemplo. El trabajo afectivo genera por sí mismo y directamente la constitución de comunidades y subjetividades colectivas. Por tanto, el circuito productivo de afectos y valores se parece en muchos aspectos a un circuito autónomo para la constitución de la subjetividad, alternativa a los procesos de valorización capitalista. Los marcos teóricos que han unificado a Marx y a Freud han conceptuado el trabajo afectivo utilizando términos tales como “deseo de producir”. De forma más significativa, numerosas investigaciones feministas, al analizar el potencial de lo que tradicionalmente se ha considerado como tareas femeninas, se han referido al trabajo afectivo en términos de “trabajo familiar” y “trabajo asistencial”. Todos estos análisis revelan los procesos por los cuales nuestras prácticas profesionales producen subjetividades colectivas, producen sociabilidad, y en última instancia producen la sociedad misma.

Sin embargo, hoy en día, una concepción tal del trabajo afectivo, y esta es la cuestión primordial de este ensayo, debería situarse en el contexto del papel cambiante del trabajo afectivo dentro la economía capitalista. En otras palabras, aunque el trabajo afectivo nunca haya estado completamente excluido de la producción capitalista, los procesos de postmodernización económica que se han llevado a cabo durante los últimos 25 años lo han posicionado de forma que su papel no es sólo generar directamente capital sino que lo hace desde el más alto pináculo dentro de la jerarquía de formas laborales. El trabajo afectivo es un aspecto de lo que yo llamaría "trabajo inmaterial", que ha asumido una posición dominante con respecto a las demás formas de trabajo en la economía capitalista global. Decir que el capital ha incorporado y ensalzado el trabajo afectivo y que el trabajo afectivo es una de las mayores formas de trabajo productoras de valores desde el punto de vista del capital, no significa que, puesto que está contaminado, ya no resulta útil a los proyectos anticapitalistas. Al contrario, dado que el papel del trabajo afectivo constituye uno de los eslabones más fuertes en la cadena de la postmodernización capitalista, su potencial para la subversión y la constitución autónoma es inmenso. Dentro de este contexto, podemos reconocer el potencial biopolítico del trabajo, utilizando aquí el biopoder en un sentido que adopta y contradice al mismo tiempo el uso que Foucault hace de dicho término. Quiero, por tanto, proseguir, diferenciando tres pasos: en primer lugar, situando el trabajo inmaterial dentro de la fase contemporánea de postmodernización capitalista; después, situando el trabajo afectivo con respecto a otras formas de trabajo inmaterial; y por último, explorando el potencial del trabajo afectivo en términos de biopoder.

Postmodernización

Habitualmente, la sucesión de paradigmas económicos en los países capitalistas dominantes se estudia desde la Edad Media en tres momentos distintos, cada uno definido por un sector privilegiado de la economía: un primer paradigma en que la agricultura y la extracción de materias primas dominaban la economía, un segundo en el que la industria y la fabricación de bienes duraderos ocupaba el lugar privilegiado, y el paradigma actual, en el que el sector de los servicios y la manipulación de información constituyen la base de la producción económica. La posición dominante ha pasado así de la producción primaria a la secundaria y, después, a la terciaria. La modernización económica dio nombre al paso del primer paradigma al segundo, desde la supremacía de la agricultura a la de la industria. Modernización significaba industrialización. Al paso del segundo paradigma al tercero, de la preponderancia de la industria a la de los servicios y la información, podríamos llamarle proceso de postmodernización económica, o más bien, de informacionalización.

Los procesos de modernización e industrialización transformaron y redefinieron todos los elementos de la esfera social. Cuando la agricultura se modernizó industrialmente, la granja se transformó poco a poco en una fábrica, con su misma disciplina, su tecnología, sus relaciones salariales, etcétera. En un plano más general, la propia sociedad fue gradualmente industrializada, incluso hasta el punto de transformar las relaciones y la propia naturaleza humanas. La sociedad se convirtió en una fábrica. A principios del siglo XX, Robert Musil realizó una bella reflexión acerca de la transformación de la humanidad en la transición del mundo agrícola a la factoría social. "Hubo un tiempo en que las personas se criaban con toda normalidad en las condiciones de vida que les habían tocado, y este era un modo perfectamente razonable de convertirse en uno mismo. Pero hoy día, con toda esta remodelación de las cosas, cuando todo se está distanciando de la tierra en la que creció, uno debería, por así decirlo, reemplazar los trabajos artesanales tradicionales por el tipo de inteligencia asociada a la fábrica y a las máquinas; incluso en lo relacionado con la producción del alma."[1] La humanidad y su alma se generan en los mismos procesos de producción económica. Los procesos para convertirse en ser humano y la propia naturaleza del ser humano fueron radicalmente transformados en el cambio cualitativo de la modernización.

En nuestros días, sin embargo, la modernización ha llegado a su fin, o -como dice Robert Kurz- la modernización ha sufrido un colapso. En otras palabras, la producción industrial ya no sigue expandiendo su dominio hacia otras formas económicas y otros fenómenos sociales. Síntoma de este viraje son los manifiestos cambios cuantitativos en el empleo. Mientras que los procesos de modernización se caracterizaban por la migración del trabajo desde la agricultura y la minería (el sector primario) hacia la industria (el secundario), los procesos de postmodernización o informacionalización se reconocen por la migración desde la industria hacia los empleos en el sector servicios (el terciario), un cambio que ha tenido lugar en los países capitalistas dominantes, y especialmente en EE.UU., desde comienzos de los años 70.[2] Aquí, el término "servicios" cubre un amplio espectro de actividades que incluyen desde la asistencia sanitaria, la educación, y las finanzas hasta el transporte, el ocio y la publicidad. La mayor parte de estos trabajos tiene una gran movilidad y requiere aptitudes flexibles. Y lo que es más importante, se caracterizan en general por el papel central que ocupan en ellos el conocimiento, la información, la comunicación, y el afecto. En este sentido, podemos llamar a la economía post-industrial economía informacional.

La afirmación de que el proceso de modernización ha finalizado y de que la economía global sufre actualmente un proceso de postmodernización hacia una economía informacional no significa que la producción industrial será suprimida o dejará de desempeñar un papel importante, incluso en las regiones más relevantes del globo. Del mismo modo que la revolución industrial transformó la agricultura y la hizo más productiva, la revolución informacional transformará la industria redefiniendo y rejuveneciendo los procesos de fabricación—a través, por ejemplo, de la integración de redes de información dentro de los procesos industriales. El nuevo imperativo de dirección en vigor es "considerar la fabricación como un servicio."[3] En efecto, a medida que se transforman las industrias, la división entre fabricación y servicios se hace más borrosa. Al igual que a través del proceso de modernización se industrializó toda la producción, con el proceso de postmodernización toda la producción tiende a encaminarse hacia la producción de servicios, hacia la informacionalización.

El hecho de que la informacionalización y el cambio hacia los servicios se aprecie con mayor claridad en los países capitalistas dominantes no debería empujarnos a hacer una interpretación de la situación de la economía global contemporánea en términos de fases de desarrollo—como si actualmente los países dominantes fueran economías de servicio informacional, sus primeros subordinados economías industriales, y los siguientes subordinados, economías agrícolas. Para los países subordinados, el colapso de la modernización significa en primer lugar que la industrialización ya no puede seguir viéndose como la clave del ascenso y competencia económicos. Algunas de las regiones más deprimidas, como ciertas áreas de África subsahariana, han sido eficazmente excluidas de los movimientos de capital y de las nuevas tecnologías, incluso de la ilusión de estrategias de desarrollo, y se encuentran en consecuencia al borde de la inanición (pero deberíamos darnos cuenta de que la postmodernización ha impuesto esta exclusión y sin embargo domina estas regiones). La competencia para las posiciones de nivel medio en la jerarquía global se lleva a cabo en gran medida a través de la informacionalización de la producción y no a través de la industrialización. Los países grandes con economías variadas, tales como la India, Brazil, y Rusia, pueden soportar simultáneamente todas las variedades de procesos productivos: producción de servicios basados en la información, producción industrial moderna de bienes, trabajos artesanales y agrícolas tradicionales, y producción minera. Entre estas formas no tiene que existir necesariamente una progresión histórica ordenada; más bien han de mezclarse y coexistir; no es necesario pasar por la modernización antes de la informacionalización— la producción artesanal tradicional puede informatizarse inmediatamente; los teléfonos móviles pueden empezarse a utilizar inmediatamente en los pueblos pesqueros aislados. Todas las formas de producción existen dentro de las redes del mercado mundial y bajo el dominio de la producción informacional de servicios.

Trabajo inmaterial

El salto hacia una economía informacional implica necesariamente un cambio en la calidad del trabajo y en la naturaleza de los procesos laborales. Esta es la repercusión sociológica y antropológica más inmediata del salto de los paradigmas económicos. La información, la comunicación, el conocimiento, y el afecto vienen a desempeñar un papel fundamental en el proceso de producción.

Muchos consideran que los cambios en el trabajo de la fábrica son una característica básica de esta transformación— tomando la industria automatizada como principal punto de referencia—desde el modelo “Fordista” hasta el modelo “Toyotista”.[4] La principal diferencia estructural entre estos ejemplos radica en el sistema de comunicación entre la producción y consumo de materias primas, es decir, el traspaso de información entre la fábrica y el mercado. El modelo Fordista estableció una relación relativamente "muda" entre producción y consumo. La producción masiva de productos estandarizados en la era Fordista contaba con una demanda adecuada y no tenía por tanto mucha necesidad de estar “pendiente” del mercado. El circuito de respuesta del consumo a la producción permitía que los cambios en el mercado estimularan los cambios en la producción, pero esta comunicación era restringida (puesto que los canales de planificación estaban fijados y compartimentados) y lenta (a causa de la rigidez de las tecnologías y de los procesos de producción masivos).

El Toyotismo se basa en una inversión de la estructura Fordista de comunicación entre producción y consumo. Lo ideal, según este modelo, sería que la planificación de la producción mantuviera una constante e inmediata comunicación con los mercados. Las fábricas carecerían de existencias y los productos se fabricarían sobre la marcha, según la demanda del momento en los mercados existentes. Este modelo no sólo implica un circuito de reacción más rápido sino también una inversión en la relación porque, al menos en teoría, la decisión productiva aparece en realidad después y en respuesta a la decisión del mercado. En este contexto industrial, la comunicación y la información desempeñan, por primera vez, un papel primordial en la producción. Se podría decir que, en los procesos industriales informacionalizados, la acción instrumental y la acción comunicativa están inextricablemente unidas. (Aquí sería útil e interesante considerar cómo estos procesos trastocan la división de Habermas entre la acción instrumental y la acción comunicativa, al igual que, por otra parte, establecen las distinciones de Arendt entre labor, trabajo y acción.[5]) Sin embargo, se debería añadir rápidamente, que esta es una noción pobre sobre la comunicación, la mera transmisión de los datos del mercado.

Los sectores de servicios de la economía presentan un modelo de comunicación productiva más elaborado. De hecho, la mayoría de los servicios se basan en el intercambio continuo de información y conocimiento. Puesto que la producción de servicios tiene como resultado bienes inmateriales y duraderos, podríamos definir el trabajo relacionado con esta producción como trabajo inmaterial—esto es, el trabajo que produce bienes inmateriales, tales como un servicio, conocimiento o comunicación[6]. En algunos aspectos, el trabajo inmaterial puede presentar analogías con el funcionamiento de un ordenador. El uso cada vez más extendido de los ordenadores ha obligado a redefinir progresivamente las prácticas y relaciones laborales (al igual que el conjunto de las prácticas y relaciones sociales, por supuesto). La familiarización y manejo de las tecnologías informáticas se están convirtiendo en un requisito cada vez más indispensable para trabajar en los países desarrollados. Aunque no se requiera el contacto directo con un ordenador, el conocimiento de los símbolos e información según los modelos de los lenguajes informáticos está sumamente extendido. El ordenador aporta una novedad: su propio funcionamiento se puede modificar continuamente por medio del uso. Incluso las más rudimentarias formas de inteligencia artificial permiten ampliar y perfeccionar su funcionamiento basándose en la interacción con el usuario y el entorno. El mismo tipo de interactividad constante caracteriza una gran variedad de actividades productivas contemporáneas en toda la economía, esté o no directamente involucrado el hardware informático. En eras anteriores, los trabajadores aprendían a actuar como máquinas tanto fuera como dentro de las fábricas. En la actualidad, puesto que el conocimiento social general ya no constituye una fuerza directa de producción, pensamos cada vez más como un ordenador y el modelo interactivo de tecnologías de comunicación se impone como eje central de nuestras actividades profesionales.[7] Las máquinas interactivas y cibernéticas se convierten en nuevas prótesis integradas a nuestros cuerpos y mentes, y son lentes a través de las cuales redefinimos nuestros propios cuerpos y mentes.[8]

Robert Reich llama a este tipo de trabajo inmaterial "servicios simbólico-analíticos"—tareas relacionadas con "la resolución de problemas, la identificación de los mismos y las actividades de corretaje estratégico."[9] Este tipo de trabajo es de vital importancia y por eso Reich lo identifica como la clave para la competencia de la nueva economía global. Sin embargo, reconoce que el crecimiento de estos empleos de manipulación creativa simbólica basados en el conocimiento implica el crecimiento correspondiente de los empleos de manipulación rutinaria de símbolos para los que se requieren valores y aptitudes más limitadas, tales como la entrada de datos y el procesamiento de textos. Y aquí comienza a surgir una división básica del trabajo dentro del campo de los procesos inmateriales.

No obstante, el ejemplo del ordenador sólo puede explicar una faceta del trabajo de comunicación e inmaterial vinculado a la producción de servicios. La otra faceta del trabajo inmaterial es la labor afectiva de contacto e interacción humanos. Esta es la faceta del trabajo inmaterial de la que los economistas como Reich son más reacios a hablar, pero que a mi me parece el aspecto más importante, el elemento vinculante. Los servicios sanitarios, por ejemplo, se basan sobre todo en labores asistenciales y afectivas, y la industria del espectáculo y el resto de las industrias culturales se centran de igual modo en la manipulación y creación de afectos. En mayor o menor grado, esta labor afectiva desempeña cierto papel en todas las industrias de servicios, desde la de los expendidores de comida rápida hasta la de los proveedores de servicios financieros, anclado en los momentos de interacción y comunicación humanos. Esta labor es inmaterial, aunque sea corpórea y afectiva, en el sentido de que su producto es intangible: el sentimiento de comodidad, bienestar, satisfacción, excitación, pasión—incluso un sentimiento de conexión o comunidad. Categorías como “servicios presenciales” o “servicios de proximidad” se utilizan a menudo para identificar este tipo de trabajos, pero lo esencial, su faceta "presencial", es en realidad la creación y manipulación de afectos. Dicha producción, intercambio y comunicación afectivos se asocian generalmente al contacto humano, a la presencia real del otro, pero ese contacto puede ser tanto real como virtual. En la producción de afectos dentro de la industria del espectáculo, por ejemplo, el contacto humano, la presencia de otros es fundamentalmente virtual, pero no por ello menos real.

Esta segunda faceta del trabajo inmaterial, su aspecto afectivo, va más allá de los modelos de inteligencia y comunicación definidos por el ordenador. El término trabajo afectivo se entiende mejor partiendo de lo que los análisis feministas sobre el “trabajo de las mujeres” han llamado “trabajo de modalidad corporal.”[10] No hay duda de que la labor asistencial está completamente inmersa en lo corpóreo, lo somático, pero los afectos que produce son, no obstante, inmateriales. El trabajo afectivo produce redes sociales, formas de comunidad, biopoder.

Aquí debería admitirse una vez más que la acción instrumental de la producción económica se ha unido a la acción comunicativa de las relaciones humanas. En este caso, sin embargo, la comunicación no se ha visto empobrecida, al contrario, la producción se ha enriquecido al nivel de complejidad de la interacción humana. Aunque en un primer momento, durante la informatización de la industria por ejemplo, se podía decir que la acción comunicativa, las relaciones humanas y la cultura habían sido instrumentalizadas, redefinidas y "degradadas" al nivel de interacciones económicas, es posible también añadir rápidamente que, a través de un proceso recíproco, en este momento, la producción se ha vuelto comunicativa, afectiva, des instrumentalizada y “elevada” al nivel de las relaciones humanas- si bien, por supuesto, a un nivel de relaciones humanas completamente dominado por e intrínseco al capital. (Aquí la división entre economía y cultura comienza a desaparecer) En la producción y reproducción de afectos, en esas redes de cultura y comunicación, es donde se producen las subjetividades colectivas y la sociabilidad – aunque dichas subjetividades y esa sociabilidad sean directamente explotadas por el capital. Es aquí donde podemos comprobar el enorme potencial del trabajo afectivo.

No quiero discutir que el trabajo afectivo en si mismo es nuevo, ni que el hecho de que el trabajo afectivo produzca algún tipo de valor es una novedad. Concretamente, los análisis feministas han demostrado con creces el valor social de las labores asistenciales, del trabajo familiar, de la crianza y de las actividades maternales. Lo que es nuevo, por otra parte, es hasta que punto ahora este trabajo afectivo inmaterial produce directamente capital y hasta que punto se ha convertido en algo generalizado en amplios sectores de la economía. En efecto, como componente del trabajo inmaterial, el trabajo afectivo ha alcanzado una posición preponderante de gran importancia en la economía informacional contemporánea. En lo que respecta a la producción del alma, como diría Musil, ya no deberíamos fijarnos en el desarrollo orgánico de la tierra, ni en el desarrollo mecánico de las fábricas, sino más bien en las actuales formas dominantes de economía, es decir, en la producción definida por una combinación de cibernética y afecto.

Este trabajo inmaterial no se reserva a un grupo aislado de trabajadores, como pueden ser los programadores informáticos y las enfermeras, que formarían una nueva aristocracia profesional en potencia. El trabajo inmaterial en sus diversas variantes (informacional, afectiva, comunicativa y cultural) tiende más bien a extenderse a toda la población activa y a todas las profesiones como un componente, más o menos relevante, de todos los procesos de trabajo. Dicho esto, sin embargo, existen por supuesto numerosas divisiones dentro del campo del trabajo inmaterial- divisiones internacionales del trabajo inmaterial, divisiones de género, divisiones raciales, etcétera. Como dice Robert Reich, el gobierno de EE.UU. luchará en lo posible para conservar los trabajos inmateriales más valiosos dentro de los Estados Unidos y exportar las tareas de poco valor a otras regiones. La clarificación de estas divisiones de trabajo inmaterial, y debería puntualizar que no son las divisiones de trabajo a las que estamos acostumbrados, es una labor muy importante, especialmente en lo que respecta al trabajo afectivo.

Resumiendo, podemos distinguir tres tipos de trabajo inmaterial que sitúan al sector servicios al frente de la economía informacional. El primero forma parte de una producción industrial que ha sido informacionalizada y ha incorporado tecnologías de comunicación de modo que transforma el propio proceso de producción industrial. La fabricación se considera un servicio y el trabajo material de producción de bienes duraderos se mezcla con y tiende al trabajo inmaterial. El segundo es el trabajo inmaterial de las tareas analíticas y simbólicas, que a su vez se divide en manipulación inteligente y creativa por una parte, y en tareas simbólicas rutinarias por otra. Por ultimo, un tercer tipo de trabajo inmaterial se refiere a la producción y manipulación de afectos y requiere contacto y proximidad humanos (virtuales o reales). Estos son los tres tipos de trabajo que dirigen la postmodernización o informacionalización de la economía global.

Biopoder

Por biopoder entiendo el potencial de trabajo afectivo. El biopoder es el poder de la creación de vida; es la producción de subjetividades colectivas, de sociabilidad y de la sociedad misma. El estudio de los afectos y de las redes de producción de afectos revela estos procesos de constitución social. En las redes de trabajo afectivo se crea una forma de vida.

Cuando Foucault habla del biopoder lo ve solo desde arriba. La patria potestas, es el derecho del padre sobre la vida y la muerte de su hijo y de sus siervos. Y lo que es más importante, el biopoder es el poder de las fuerzas gubernamentales emergentes para crear, dirigir y controlar al pueblo –el poder para gestionar la vida.[11] Otros estudios más recientes han ampliado la noción de Foucault, presentando el biopoder como la regla del soberano sobre la "vida al desnudo," vida distinta desde sus múltiples formas sociales.[12] En cada caso, lo que está en juego es el propio poder. Esta transición política hacia la fase contemporánea del biopoder corresponde al salto económico de la postmodernización capitalista en la que el trabajo inmaterial se ha situado en una posición predominante. También aquí, lo primordial para la creación de valores y la producción de capital es la producción de vida, es decir, la creación, gestión y control de las poblaciones. Esta visión Foucaultiana del biopoder, sin embargo, sólo plantea la situación desde arriba, como la prerrogativa de un poder soberano. Cuando analizamos la situación desde la perspectiva del trabajo relacionado con la producción biopolítica, por otra parte, podemos comenzar a reconocer el biopoder desde abajo.

Lo primero que vemos cuando adoptamos esta postura es que el trabajo de producción biopolítica está fuertemente configurado como trabajo de género. Por supuesto, varias corrientes de teoría feminista ya han realizado extensos análisis sobre la producción de biopoder desde abajo. Una corriente de eco feminismo, por ejemplo, emplea el término biopolítica (de una forma que a primera vista podría parecer muy diferente a la de Foucault) para referirse a la política de las diferentes formas de biotecnología impuestas por corporaciones transnacionales a poblaciones y entornos, fundamentalmente en las regiones más pobres del mundo.[13] La Revolución Verde y otros programas tecnológicos que han sido actualmente presentados como medios para el desarrollo económico capitalista han arrastrado con ellos la devastación del medio natural y nuevos mecanismos para la subordinación de las mujeres. Sin embargo, estos dos efectos son, en realidad, uno sólo. Siempre ha sido una función de las mujeres, señalan estos autores, el desempeño de las tareas de reproducción que se han visto más gravemente afectadas por las intervenciones ecológicas y biológicas. Desde esta perspectiva, entonces, las mujeres y la naturaleza están dominadas en conjunto, pero también trabajan juntas en una relación de cooperación, contra el asalto de las tecnologías biopolíticas, para producir y reproducir vida. Permanecer vivo: la política se ha convertido en una cuestión de vida en sí misma y la lucha ha tomado la forma de un biopoder visto desde arriba contra un biopoder visto desde abajo.

En un contexto muy diferente, numerosos autores feministas de Estados Unidos han analizado el papel fundamental del trabajo de las mujeres en la producción y reproducción de vida. Especialmente las tareas asistenciales relacionadas con el trabajo maternal (distinguiendo el trabajo maternal de los aspectos biológicamente específicos de la labor del alumbramiento) han resultado ser un terreno sumamente interesante para el análisis de la producción biopolítica.[14] La producción biopolítica aquí consiste fundamentalmente en la tarea relacionada con la creación de vida—no las actividades de procreación, sino precisamente la creación de vida en la producción y reproducción de afectos. Aquí podemos percibir claramente como se desvanece la distinción entre producción y reproducción, como sucede entre la economía y la cultura. La labor trabaja directamente sobre los afectos; produce subjetividad, produce sociedad, produce vida. La labor afectiva, en este sentido, es ontológica—revela una tarea evidente de constitución de una forma de vida y por tanto vuelve a demostrar el potencial de producción biopolítica.[15]

Sin embargo, deberíamos añadir inmediatamente que no podemos afirmar sencillamente ninguna de estas perspectivas de forma incondicional, sin admitir los tremendos daños que plantean. En el primer caso, con la identificación de las mujeres y la naturaleza se corre el riesgo de naturalizar y hacer absoluta la diferencia sexual, además de plantear una definición espontánea de la propia naturaleza. En el segundo caso, la celebración del trabajo maternal podría fácilmente servir para reforzar tanto la división de trabajo de género como las estructuras familiares de sometimiento edípico. Incluso en estos análisis feministas sobre la labor maternal queda claro lo difícil que puede resultar a veces desplazar el potencial de labor afectiva tanto de las construcciones patriarcales de reproducción como del subjetivo agujero negro de la familia. Estos peligros, sin embargo, aunque son significativos, no restan importancia al reconocimiento del potencial de trabajo como biopoder, un biopoder visto desde abajo.

Este contexto biopolítico es precisamente el terreno idóneo para investigar la relación productiva entre afecto y valor. Lo que encontramos aquí no es tanto la resistencia de lo que podría llamarse “trabajo afectivamente necesario,”[16] sino más bien el potencial de trabajo afectivo necesario. Por una parte, el trabajo afectivo, la producción y reproducción de vida, se ha convertido en algo profundamente arraigado como base necesaria para la acumulación capitalista y el orden patriarcal. Por otra parte, sin embargo, la producción de afectos, de subjetividades y de formas de vida presenta un enorme potencial para los circuitos autónomos de valorización y tal vez, para la liberación.




Notas:




[1] Robert Musil, El hombre sin atributos, vol. 2, trad. Sophie Wilkins (Nueva York: Vintage, 1996) 367
[2] Sobre los cambios de empleo en los países dominantes, ver Manuel Castells y Yuko Aoyama, “Caminos hacia la sociedad informacional: Estructura de empleo en los países G-7, 1920-90,” Revista de Trabajo Internacional 133:1 (1994): 5-33.
[3] François Bar, “Infrastructura de la Información y la Transformación de la Fabricación,” en La Nueva Infraestructura de la Información: Estrategias para la Política estadounidense, ed. William Drake (Nueva York: Twentieth Century Fund Press, 1995), 56.
[4] Sobre la comparación entre los modelos Fordista y Toyotista, ver Benjamin Coriat, Pensar al revés: trabajo y organización en la empresa japonesa (Paris: Christian Bourgois, 1994).
[5] Me refiero principalmente a Jürgen Habermas, La Teoría de la Acción Comunicativa, trad. Thomas McCarthy (Boston: Beacon Press, 1984); y a Hannah Arendt, La Condición Humana (Chicago: University of Chicago Press, 1958). Para leer una crítica excelente sobre la división de Habermas entre acción comunicativa e instrumental en el contexto de la postmodernización económica, ver Christian Marazzi, El lugar de los pantalones: el desarrollo lingüistico de la economía y sus efectos en la política (Bellinzona, Suiza: Casagrande, 1995), 29-34.
[6] Para una definición y análisis de trabajo inmaterial, ver Maurizio Lazzarato, “Trabajo Inmaterial,” en Pensamiento Radical en Italia, ed. Paolo Virno y Michael Hardt (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1996), 133-47.
[7] Peter Drucker entiende el salto hacia la producción inmaterial como la completa destrucción de las categorías tradicionales de la economía política. “El recurso económico básico—“los medios de producción,” por utilizar el término economista—ya no es el capital, ni los recursos naturales (la “tierra” del economista), ni el “trabajo.” Es y será el conocimiento.” Peter Drucker, Sociedad Post-Capitalista, (Nueva York: Harper, 1993), 8. Lo que Drucker no entiende es que el conocimiento no viene dado sino que es producido y que su producción implica nuevos tipos de medios de producción y de trabajo.
[8] Marx utiliza el término "inteligencia general" para referirse a este paradigma de actividad social productiva. “El desarrollo del capital fijado indica hasta que punto el conocimiento social se ha convertido en una fuerza de producción directa, y hasta que punto, por tanto, las condiciones del propio proceso de vida social están ahora bajo el control de la inteligencia general y han sido transformadas conforme a esta. Hasta que punto los poderes de producción social han sido producidos, no solo bajo la forma del conocimiento, sino también como órganos inmediatos de práctica social, del verdadero proceso de vida.” Karl Marx, Grundrisse, trad. Martin Nicolaus (Nueva York: Vintage, 1973), 706.
[9] Robert Reich, El Trabajo de las Naciones: Prepararse para el Capitalismo del Siglo XXI (Nueva York: Knopf, 1991), 177.
[10] Ver Dorothy Smith, El Mundo de cada Día como Problemática: Una Sociología Feminista (Boston: Northeastern University Press, 1987), 78-88.
[11] Ver principalmente Michel Foucault, La Historia de la Sexualidad, vol. 1, trad. Robert Hurley (Nueva York: Vintage, 1978), 135-45.
[12] Ver Giorgio Agamben, Homo Sacer, (Turin: Einaudi, 1995); y "Forma de Vida," trad. Cesare Casarino, en Pensamiento Radical en Italia, ed. Paolo Virno y Michael Hardt (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1996), 151-56.
[13] Ver Vandana Shiva y Ingunn Moser, ed., Biopolítica: Un Lector Feminista y Ecológico (Londres: Zed Books, 1995); y de forma más general Vandana Shiva, Permanecer vivo: Mujeres, Ecología y Supervivencia en la India (Londres: Zed Books, 1988).
[14] Ver Sara Ruddick, Pensamiento Maternal: Hacia una Política de Paz (Nueva York: Ballantine Books, 1989).
[15] Sobre las cualidades ontologicamente constitutivas del trabajo, en especial dentro del contexto de la teoría feminista, ver Kathi Weeks, Cuestiones constitutivas Feministas (Ítaca: Cornell University Press, 1998), 120-51.
[16] Ver Gayatri Chakravorty Spivak, " Especulaciones diversas acerca de la Cuestión del Valor," en En Otras Palabras (Nueva York: Routledge, 1988) 154-75.


http://www.vinculo-a.net/central.htm

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